La directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Inger Andersen, reflexiona en el siguiente artículo sobre cómo la pandemia de coronavirus COVID-19 ha de verse como una oportunidad para construir una “economía diferente, una en la que las finanzas y las acciones impulsen empleos sostenibles, el crecimiento verde y una forma distinta de vida.
“La pandemia del coronavirus, que ya ha causado devastación y dificultades inimaginables, ha detenido casi por completo nuestro estilo de vida. El brote tendrá consecuencias económicas y sociales profundas y duraderas en todos los rincones del planeta. Ante esta turbulencia, como lo ha indicado el Secretario General de las Naciones Unidas, el COVID-19 requerirá una respuesta nunca vista: un plan de “tiempos de guerra” para enfrentar una crisis humana.
Y a medida que pasemos de esta respuesta de “tiempos de guerra” a la etapa de “reconstruir mejor”, debemos tener en cuenta las señales ambientales y lo que significan para nuestro futuro y bienestar, porque el COVID-19 no representa en absoluto algo prometedor para el medio ambiente.
Cualquier impacto ambiental positivo después de esta aborrecible pandemia debe comenzar por el cambio en nuestros hábitos de producción y consumo.
Los impactos positivos visibles, ya sea la mejora de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, son sólo temporales, porque se derivan de una aguda desaceleración económica y un trágico sufrimiento humano. La pandemia también provocará un aumento en la generación de desechos médicos y peligrosos.
Este no es un modelo de respuesta ambiental y mucho menos el modelo de un ambientalista. De hecho, sobre la reducción de emisiones, el Instituto Scripps de Oceanografía ha destacado que el uso de combustibles fósiles tendría que disminuir aproximadamente 10% en todo el mundo, y mantenerse así durante un año, para que la reducción pudiera reflejarse claramente en los niveles de dióxido de carbono.
Un planeta sano es un planeta con menos enfermedades
Cualquier impacto ambiental positivo después de esta aborrecible pandemia debe comenzar por el cambio en nuestros hábitos de producción y consumo hacia modelos más limpios y sostenibles. Porque sólo las transformaciones sistémicas a largo plazo cambiarán la trayectoria de los niveles de CO2 en la atmósfera. En el período poscrisis, cuando se diseñen paquetes de estímulo económico que incluyan infraestructuras, existirá una oportunidad real de satisfacer esa demanda con planes sostenibles de inversiones en energía renovable, edificios inteligentes, transporte público limpio, entre otros.
Con respecto al COVID-19 en sí, parte del desafío que tenemos por delante es comprender el origen de este tipo de enfermedades, porque la salud de nuestro planeta juega un papel importante en la propagación de enfermedades zoonóticas, es decir, aquellas que se originan a partir de patógenos transmitidos de animales a humanos.
A medida que invadimos los frágiles ecosistemas del planeta, los seres humanos entran en mayor contacto con la vida silvestre. Además, el comercio ilegal de vida silvestre y los mercados húmedos ilegales son causas frecuentes de tales enfermedades. Alrededor de 75% de las nuevas enfermedades infecciosas son zoonóticas y, de hecho, alrededor de mil millones de contagios y millones de muertes ocurren cada año a causa de este tipo de afecciones.
Lo silvestre debe seguir siendo silvestre
Hoy la actividad humana ha alterado casi 75% de la superficie terrestre y ha sitiado a la vida silvestre y la naturaleza en un rincón cada vez más pequeño del planeta. La naturaleza es crucial para nuestra propia supervivencia: la naturaleza proporciona nuestro oxígeno, regula nuestros patrones climáticos, poliniza nuestros cultivos, produce nuestros alimentos, piensos y fibras, pero está bajo un estrés creciente.
A medida que continuamos con nuestro implacable tránsito hacia las áreas naturales, aumenta el contacto entre los humanos y las especies portadoras de infecciones, ya sea como resultado de la urbanización, la pérdida y la fragmentación de hábitats o los mercados de animales vivos, todo lo cual aumenta la probabilidad de interacción entre estos vectores y los humanos. Según el IPBES, 100 millones de hectáreas fueron transformadas para la expansión agrícola en los trópicos entre los años 1980 y 2000, un tamaño aproximadamente igual al de los territorios de Francia y Alemania combinados.
Lo silvestre debe seguir siendo silvestre. Es hora de restaurar nuestros bosques, detener la deforestación, invertir en la gestión de las áreas protegidas e impulsar mercados para los productos sostenibles. Donde exista la cadena legal de comercio de vida silvestre, necesitamos hacer un trabajo mucho mejor para elevar las condiciones de higiene. Y, por supuesto, urge abordar el tráfico ilegal de vida silvestre, el cuarto delito más cometido en todo el mundo.
Construir una economía diferente
Cuanto mejor gestionamos la naturaleza, mejor gestionamos la salud humana. Ésta es la razón por la cual es tan importante el marco mundial de la diversidad biológica post-2020 que se espera aprueben los países de todo el mundo este año. Un pilar importante en nuestro plan de recuperación post-COVID debe ser llegar a un marco ambicioso, medible e inclusivo, porque mantener la naturaleza rica, diversa y floreciente es una parte fundamental del sistema que sustenta nuestra vida. Aún más importante cuando se considera que entre 25% y 50% de los productos farmacéuticos se derivan de los recursos genéticos.
Y a medida que los motores del crecimiento comienzan a acelerarse nuevamente, necesitamos ver cómo el manejo prudente de la naturaleza puede ser parte de esta economía diferente que debe surgir, una en la que las finanzas y las acciones impulsen empleos sostenibles, el crecimiento verde y una forma distinta de vida, porque la salud de las personas y la salud del planeta son una y la misma cosa, y ambas pueden prosperar en igual medida.